«Volver a casa me ha salvado, quedarme era un suicidio». Así resume el último capítulo de una pesadilla con final feliz Vanessa Enríquez, la profesora universitaria pontesa que residía en Nueva Zelanda y fue diagnosticada con una enfermedad rara y potencialmente mortal cuyo tratamiento era muy costoso y no lo cubría la sanidad neozelandesa, y que por fin se recupera ya con los suyos en As Pontes.
Atrás quedan los peores momentos desde aquel 24 de enero en el que su vida cambió radicalmente de un día para otro. «Ahora estoy contentísima, en casiña por fin. Ya recibí la séptima y la octava dosis –esta última este mismo miércoles– y mis riñones funcionan a algo más del 35%. Ya no tengo que ir a diálisis«, explica Vanessa, que aunque se encuentra mucho mejor y ha tenido una recuperación «casi milagrosa», es consciente de que todavía tiene un largo camino por delante.
Además de centrarse en su recuperación e iniciar una nueva vida casi de cero –llevaba 17 años en Nueva Zelanda–, la profesora universitaria, que tiene intención de acreditar su titulación y opositar en un futuro, también seguirá dando pasos adelante en su lucha legal, convencida de que «hubo negligencia» por parte del personal médico que la atendió.
«Tuve que pelear y firmar un papel para que me diesen el tratamiento. Después, cuando ya me habían dado el alta hospitalaria, supe que la única empresa que comercializa el fármaco más caro del mundo reconoce un uso compasivo, me podrían haber pagado retroactivamente las dosis que costearon las donaciones, pero los médicos no se movieron para nada«, cuenta molesta, al entender que esos fondos se podrían haber destinado al estudio de diversas enfermedades raras.
La suya, el síndrome hemolítico urémico atípico, curiosamente tiene la incidencia más elevada de casos de toda España «en la provincia de A Coruña». «No saben muy bien el por qué», indica Vanessa Enríquez, quien por fin se siente respaldada no solo por un gran equipo médico, sino también por familiares, amigos y vecinos.
A todos ellos ha querido agradecer su implicación con su caso. «Gracias a mis ahorros y sobre todo al respaldo social, especialmente de mis vecinos de As Pontes, conseguí los recursos necesarios para poder darme las dosis que me permitieron embarcarme en un avión de vuelta a casa. Me salvaron la vida», concluye emocionada.
Activismo
Además, la pontesa tiene previsto seguir apoyando a estas y otras organizaciones de manera activa durante su recuperación.
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