El vecino de As Pontes, Julio López, acaba de recibir en el Ministerio de Agricultura, el Diploma de Honor de la Junta Nacional de Homologación de Trofeos de Caza en reconocimiento por la captura del venado que ha sido récord del año 2022 en finca abierta en España, obteniendo una puntuación de 209,20 puntos. Esta puntuación se encuentra entre las veinte mejores de la serie histórica y es la primera vez que accede a este ranking un venado cazado en Galicia.

Julio López cuenta el momento vivido como “algo emocionante, producido en unos segundos y tras un largo periodo de calma y silencio en el monte”

Así describe sus instantes de la caza:

El ciervo, es un animal icónico para cualquier cazador. Aparece en arte rupestre, en los escudos de las sociedades de cazadores, en logotipos de diversos artículos de caza, en cuadros y tapices, etc… Desde que de pequeño veía sin pestañear la serie Juan Lobón, cazar un ciervo era para mí como un sueño difícil de cumplir, no solo porque el coste de cazarlo es alto, sino porque en esa época, en Galicia, no existían.

Sólo unos años atrás me había enterado de que en la Faeira, en As Pontes, había ciervos en estado salvaje y que se podía escuchar la berrea.

Un bonito día de septiembre de 2021, a media mañana, el trabajo me llevó por la zona y se me ocurrió parar el coche en una pista que discurre por el alto desde Ribadeume a Porto do Liño con la buena suerte de que nada más apagar el coche y asomarme al largo valle que desde allí se divisa, empecé a escuchar berrear por primera vez en mi vida.

Enseguida me di cuenta de que aquel sonido no era de una vaca, aunque se parece, y despertó en mí el instinto cazador.

Después de escucharlo un rato más, decidí acercarme en el coche hasta donde yo creía que estaban los ciervos que berreaban. Aparqué, y siguiendo el sonido, me metí andando por un camino forestal que se adentraba en el valle dirección a un eucaliptal. Eran las 14 h., según los entendidos, hora poco propicia para la berrea, pero casualidad o no, justo al llegar, empezaron a berrear entre 3 y 5 ciervos más. Me quedé totalmente abstraído por los sonidos que salían del bosque y retumbaban en las montañas que flanquean el valle. Era una sensación hipnotizadora, como si estuviese en un teatro escuchando una orquesta sinfónica. Mientras tanto se veían salir y entrar hembras y algún vareto. Entre todas las voces destacaba la de un tenor que a buen seguro no tenía pocos años.

Por un momento pensé en entrar en el eucaliptal pero algo me dijo que no debería de arriesgar más y después de una hora ensimismado como un tonto, decidí irme a sabiendas de que volvería, como así hice esa misma tarde, y todas las tardes de los siguientes días.

Pero vayamos a septiembre de 2022. Tocó mi turno, allá por finales de mes.

Recuerdo que era un lunes por la mañana. Quedé en el parking del campo de tiro de Pena da Revolta con José Luis Vilasuso, presidente del coto de Xermade con quien había contratado el rececho y excelente guía con el que compartí las siguientes jornadas. Era muy pronto, todavía no se veía bien para poder cazar y decidimos esperar en el coche un poco más arriba del punto de encuentro, situados en un alto desde donde habríamos podido oir berrear.

Con las primeras luces dimos una pequeña vuelta en el coche hasta la línea de alta tensión, pero sin resultado alguno.

Al volver, en el punto justo donde habíamos esperado el amanecer, vi de lejos un ciervo y decidimos ir a esa zona. Al llegar y apagar el coche ya escuchamos los berridos de varios machos, nos bajamos y recechamos a pie.

Escuchamos un ciervo que berreaba a la vez que se desplazaba paralelo a la pista por donde entramos. Decidimos atajarle metiéndonos por un pinar muy sucio, por lo que era difícil avanzar sin hacer ruido. José Luis iba delante. Cada vez lo oíamos más cerca hasta el punto que parecía que nos íbamos a topar con él de frente. Pero algún ruido u olor, lo puso en alerta. Dejó de berrear y oímos cómo huía en sentido opuesto a nosotros.

Una vez allí, iniciamos caminata por donde este ciervo había venido. En el prado contiguo levantamos unas perdices y mientras nos entreteníamos con ellas, empezó a berrear otro ciervo muy cerca. Yo me preparé para tirar porque pensábamos que iba a pasar por delante de nosotros pero cogió otra dirección. Nos movimos y lo vimos de lejos por un instante, quizás a unos 200 metros. Era un buen ejemplar.

Intentamos perseguirlo pero se metió en el pinar y lo perdimos. Aún así, seguimos adelante, en dirección al punto donde empezamos la mañana y de lejos en la línea de alta tensión donde habíamos estado a primera hora, vimos pasar una hembra con un macho joven y a los pocos minutos detrás de ellos un macho adulto que los seguía cual sabueso, con el hocico en tierra.

Así viví el primer día de rececho. Sin matar pero cazando. Con una sucesión de continuas emociones que más que caminar por el monte parecía que lo hacía sobre las nubes.

Volvimos en seis ocasiones más a ésta y otras zonas del coto, casi siempre por la tarde pero con escaso éxito, sólo en dos o tres de ocasiones vimos ciervos.

Me acuerdo que fue el lunes 3 de octubre cuando volvimos en esta ocasión por la mañana. Estuvimos recechando en la misma zona a pié bastante tiempo, calculo que hasta las 10:30 h. y no vimos ni oímos nada. Empezamos a echarle la culpa a la nordesía que hacía ese día, a si harían batida el fin de semana en la zona, a que si se había acabado la berrea,…, pero al irnos vimos como a unos 200 metros de la casa más cercana a la zona de caza, yacían los restos de un precioso caballo negro que veíamos todos los días que íbamos a recechar. Nos enteramos más tarde que a las 9:30 h un vecino había visto a tres lobos comiéndose al pobre caballo y entendimos el motivo de tan atronador silencio.

Después de seis días infructuosos y ya casi sin esperanza, volvimos el martes día 4 de octubre por la tarde. Yo estaba decidido a dar por finalizados los recechos si no cazaba nada porque no podía dedicarle tanto tiempo.

Quedamos en el parking del campo de tiro como siempre. Dejé mi coche y me subí al Vitara de José Luis. Fuimos al punto más alto que hay por detrás del campo de tiro y llegamos hasta la línea de alta tensión. Desde el coche lo vi. Había un venado en el prado grande que hay en el centro de la mancha que solíamos recechar, donde sabíamos que había un buen ejemplar. Nos bajamos rápido y casi sin prismáticos ni dedicando mucho tiempo a la observación, ya nos dimos cuenta que era bueno. Rápidamente subimos al coche y nos pusimos en marcha hasta un punto más cercano pero lo suficientemente lejos para que no nos escuchara llegar. Aparcamos, nos preparamos muy rápido y partimos. José Luis me dejó ir en cabeza, algo que es muy de agradecer porque me sentí el protagonista de la cacería. Fuimos caminando sigilosamente, a veces por la cuneta para que el ruido de las piedras de la pista no delatase nuestra presencia. Este recorrido de unos 300 metros se me hizo eterno. Parecía que no dábamos llegado al prado y cada vez lo oía berrear más y más cerca con su voz fuerte y ronca que ya indicaba que era un ejemplar adulto. Por fin llegamos a unos 20 metros del prado y con sumo cuidado me asomé hasta que lo vi allí, imponente, berreando, balanceando la cabeza como si quisiese alardear de su cornamenta. Después de volverme rápidamente para decirle a José Luis que estaba allí, preparé el trípode y monté sobre él el rifle. Enseguida puse la cruz del visor sobre él. Intuíamos que iba a salir del prado por la esquina donde estábamos apostados porque tenían por allí el paso, por lo que tuve paciencia y esperé a que se acercase. Así me quedé durante unos segundos, inmóvil, viendo por el visor como venía de frente hacia nuestra postura, aunque no siguiendo estrictamente una línea recta sino de forma errática. Venía buscando un rival al que imponerse pero se encontró con el peor de todos. Bajó la guardia, y cuando el viento le hizo llegar nuestro olor ya era tarde para él. Cuando ya estaba a unos 100 metros de nosotros, vi por el visor como a la vez que detenía su marcha estiraba su largo y ancho cuello y fijaba su mirada hacia donde estábamos. En milésimas de segundo me di cuenta que nos había localizado y sin dudarlo ni perder tiempo, apreté el gatillo apuntando de frente pero ligeramente a la derecha, pues estaba algo de lado. La práctica que había hecho con el nuevo visor dio su resultado y el ciervo cayó abatido allí mismo.

Nunca había visto un ciervo tan de cerca. Es difícil de describir con palabras la sensación de haberlo conseguido. En ese momento no fui realmente consciente del tamaño de su cuerna. Aunque se veía grande, no sabía si llegaría a ser tan siquiera medalla de bronce.

Hicimos fotos de rigor y José Luis se fue a buscar ayuda para retirarlo, momento que aproveché para estar un rato a solas con él, mirar al cielo del precioso atardecer que nos brindó ese día de otoño y acordarme de toda mi familia cazadora y demás antepasados, que a buen seguro hace cientos o miles de años también perseguirían como yo algún ciervo por estas tierras. Qué orgullosos estarán de mí ahí arriba!, pensé.