La familia y los amigos de Vanessa Enríquez Raído han iniciado una campaña para recaudar fondos con los que costear el carísimo tratamiento médico que necesita esta pontesa, cuya vida dio un vuelco el 24 de enero, al ser diagnosticada con una «enfermedad muy rara y potencialmente mortal», que la tiene postrada en una cama de hospital en Nueva Zelanda, donde reside desde hace 16 años.
Así lo confirma en As Pontes su padre, Luis Enríquez, quien explica como Vanessa, de 44 años y profesora titular en la Universidad de Auckland, se empezó a encontrar mal después de un viaje y cuando estaba «absolutamente sana».
«Aprovechó las vacaciones –allí es verano– para pasar unos días en la naturaleza. Al regresar comenzó a tener vómitos y diarrea y lo achacó a una gastroenteritis. Al cabo de dos días con mucho dolor y sin poder orinar, ya se vio muy hinchada y amoratada, así que ingresó de urgencia en la madrugada del 24″, relata su progenitor.
En apenas 24 horas, los médicos llegaron a la conclusión de que lo que había puesto en serio peligro la vida de la pontesa era un «síndrome urémico hemolítico atípico». «Descartaron que pudiese ser por alguna bacteria y determinaron que se trataba de un problema genético», indica su padre, confirmando «que cualquier persona puede ser portadora» de esta enfermedad, habitual en niños de entre tres y cinco años, pero que a veces se desarrolla y otras no.
«Aunque es más habitual en niños, solo hay un caso por cada millón de habitantes, y en adultos, uno entre 100 millones», indica Enríquez, confirmando que un centro especializado de Reino Unido ya está haciendo un estudio para determinar «qué gen ha mutado» en el caso de Vanessa, lo que le permitirá saber el «nivel de gravedad» de su patología.
Según explica, el propio sistema inmunitario se convierte en el agresor que ataca y destruye los órganos y los tejidos corporales sanos. «Destruye los glóbulos rojos y las plaquetas por lo que se producen hemorragias internas. Ataca a los riñones y dejan de funcionar. Al no coagular la sangre se eleva la tensión arterial y obliga al corazón a trabajar estresado», ahonda Luis, indicando que en el caso de su hija los médicos han percibido que tiene también la cavidad del ventrículo izquierdo dilatada.
Prácticamente ha perdido por completo la función renal, lo que le obliga a estar conectada durante cuatro horas al día a una máquina de diálisis, y con transfusiones de plasma otras tantas.
El tratamiento que necesita para «contener la enfermedad y que esta no la envenene» es un medicamento «único en el mundo» que comercializa la marca Soliris, y que la sanidad neozelandesa no cubre. En cambio, en España, sí.
«El coste de la dosis semanal asciende a unos 20.000 euros. El primer mes se elevaría a 100.000 dólares neozelandeses, mientras que los siguientes serían unos 60.000″, explica Luis, quien indica que con sus ahorros su hija cubriría el primer mes.
Pero serían un total de cuatro los meses de plazo que le dan los facultativos para poder estabilizar a la pontesa, que recupere la función renal y pueda volar a España para seguir tratándose. «Queremos que venga cuanto antes, Nueva Zelanda es el mundo moderno, pero en Sanidad están a 40 años», asegura Enríquez, quien además cuenta que el gobierno neozelandés les prohibió hasta el pasado jueves administrar la primera dosis a Vanessa «porque decían que el medicamento estaba reservado para otros menesteres».
Gracias a la pelea de ella y de sus médicos, la pontesa consiguió que se desbloquease la situación. «Es una luchadora, lo ha sido toda la vida», dice orgulloso su padre, agradecido por las innumerables muestras de apoyo de todos los vecinos y amigos, y de las autoridades de As Pontes, que también «han hecho suya la causa».
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