Su acento la delata, pero solo un poco. Porque en realidad su cara ya se ha vuelto de lo más familiar. La azerbaiyana Aida Samadli llegó a As Pontes con el coronavirus y es aquí, en el pueblo natal de su marido, donde sigue teletrabajando para la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) y donde, además, ha multiplicado su familia por dos.

«Conocí a Alfonso en 2011, él vino a trabajar en un pequeño proyecto de parques eólicos a Baku, mi ciudad, y después se fue para México. Estuvimos cerca de un año sin vernos», cuenta sobre los inicios de una relación que la obligaron a hacer las maletas en más de una ocasión, algo que no le importó porque «me apasiona viajar», reconoce.Así fue como voló de Azerbaiyán a México y de México a Madrid, con breves estancias en As Pontes. «A Alfonso le gusta mucho esto, pero no me veía viviendo aquí. Vengo de una ciudad de más de tres millones de habitantes, esto se me quedaba pequeño. Le dije de intentar ir a Madrid a ver si encontraba algo. Había estado en un intercambio durante mis estudios en la universidad —hizo Relaciones Públicas— y me había gustado mucho», explica Aida, que se asentó en la capital de España e hizo un curso intensivo de dos meses —y cinco horas al día— para aprender el idioma.

«Para mí era muy importante trabajar y ser una mujer independiente. Es lo que viví con mi madre, mi abuela, mis tías… Hice un par de entrevistas y conseguí en 2016 un trabajo muy bueno en la IATA. Buscaban un perfil como el mío que dominase varios idiomas —habla español, inglés, ruso, turco y azerbaiyaní— y que pudiese gestionar más volumen de trabajo», explica, y rememora cómo el covid lo cambió todo.

«En cuanto nos dijeron que podíamos teletrabajar decidimos dejar el pequeño piso de Madrid y venir a As Pontes, justo dos días antes de que cerrasen todo. Tuvimos mucha suerte», reflexiona sobre lo que supuso la pandemia en sus vidas, un cambio radical.Dos profesoras de As Pontes participan en una inmersión educativa en Canadá.

Y es que su llegada a tierras pontesas vino acompañada de una buena nueva: un embarazo muy deseado. En enero de 2021 tuvo a su primer hijo y solo un año y medio después, en 2022, llegó el segundo.

«Por razones de conciliación llegué a un acuerdo con la empresa y por eso sigo teletrabajando. Voy a la sede a Madrid unos días a finales de cada mes», explica Aida Samadli, que ahora desde su casa familiar de As Pontes organiza tours para visitar otros rincones del mundo.

Algunos incluso a su país de origen, donde todavía están sus padres y sus hermanos. «La familia es lo que más echo de menos», dice abriendo sus ya de por sí grandes ojos, mientras explica que el vínculo se mantiene con escapadas en ambas direcciones.

«Mis padres suelen venir una vez al año y nosotros también vamos allí. Tengo pensado ir en octubre con los niños a pasar un mes, quiero que aprendan el idioma y que sean capaces de relacionarse con la familia en azerbaiyaní», comenta Aida, a la que es habitual escuchar en su idioma cuando habla a sus hijos en el parque, a la salida del colegio o en cualquier actividad que se proyecta en As Pontes. «Si no se lo hablo yo, ¿quién se lo va a hablar?», reflexiona llena de razón.

Romper tradiciones

Aunque sigue siendo una apasionada de los viaje y un alma inquieta por naturaleza, vivir en As Pontes le permite disponer de una red de apoyo que en Madrid no tendría. «Gracias a mis suegros puedo seguir trabajando y haciendo lo que más me gusta. Quizás cuando los niños sean mayores y se vayan a estudiar a la universidad nos moveremos, pero por ahora aquí estamos muy bien», dice, una mujer empoderada a la que no le ha importado nunca saltarse las normas o los modelos establecidos.

«Azerbaiyán es un país muy tradicional, habitualmente las mujeres se casan con 20 y pocos años y tienen hijos. Si quieres estudiar, montar tu propio negocio o viajar, la cosa se complica», explica Aida, para la que los obstáculos nunca han sido un problema.

Viajó, se independizó muy joven y voló en busca de una vida con la que sentirse realizada. «Mi familia al final me acabó apoyando en todo. Sabían que si me quedaba en Azerbaiyán no iba a ser feliz», afirma, mientras reflexiona sobre cómo quiere que sea la vida de sus hijos.»Quiero darles las herramientas para que tengan la libertad de elegir qué quieren estudiar, qué trabajo quieren hacer o dónde quieren vivir. Por que si yo lo conseguí viniendo de dónde vengo, ellos también pueden», concluye una azerbaiyana ya medio pontesa.

EL PROGRESO