Guillermo Tojeiro Bermúdez no le gusta madrugar. Trasnocha delante del televisor —«non sei as voltas que lle dou ao mando»— y se levanta para comer, y después de la siesta sale a pasear por la orilla del río desde su casa, junto al casco viejo de As Pontes, hasta A Fraga —«antes ía ata o pantano da Ribeira, pero agora a cadeira [lleva una prótesis desde 1997]…»—. Cuesta creerlo, pero este hombre, que derrocha humor y ríe con los ojos, nació hace cien años, el 26 de marzo de 1923: «Son da quinta do 44». Este domingo lo celebrará con su familia en un restaurante de la localidad.
En sus manos fuertes y curtidas se puede leer su historia. Se crio en Saa (Vilabella) y fue a la escuela de A Barosa, en Carracedo, «andando, a un quilómetro». «Estudar pouca cousa, que tiña que alindar as ovellas, non había outra», recuerda. Con 12 o 13 años ya empezó a trabajar con su padre, Venancio, que era baladeiro: «Facía balados, de pedra e de terra, chovendo… era duro. Eu ía de axudante, cunhas zocas ferradas andando ata As Grañas do Sor e O Freixo, e coa ferramenta ao lombo, un raño ou unha picaña». Levantaban cierres de fincas para el ganado. Él era el pequeño de ocho hermanos, el único vivo.
En 1951 se casó con Mercedes
De la mili rememora «o enchufe para facer a instrución no comedor» y el oído enfermo [del que apenas oye], que atribuyó a las prácticas de tiro. Y el día que se licenció, en Ferrol, y corrió a la calle Galiano a comprar una chaqueta y unas zapatillas, porque tuvo que entregar la guerrera y el calzado. «E xa vin para a festa de San Cristovo, coa moza que tiña». Aquel noviazgo duró año y pico, luego apareció otra joven, la hija de su padrino: «Tiña sete vacas postas [por las que recibía una renta en especie], había capital». Pero no acababa de gustarle, y apareció Mercedes (Tojeiro Guerreiro), vecina de O Almigonde (Espiñaredo): «Non me interesaba que tivera máis ou menos, senón que se viñera ao meu modo». Se casaron en 1951 y tuvieron dos hijos, José, que falleció con 56 años, y Manolo, el padre de su nieto, Manuel, también conocido como Nolo.
Durante los permisos de la mili, Guillermo siguió levantando balados con su padre y después «ía cavar ao monte, onde se botaba o froito, e á sega». Hasta que se incorporó a Atisa, una de las constructoras que levantaron el poblado de As Veigas, «pico e pala, non había grúas coma hoxe». Algún día iba «prestado» por la empresa a la fábrica de Calvo Sotelo, a cargar Nitramón, «en sacos de 50 y de 100 kilos». Después pasó a otra firma, Salamar, pero le mandaron trabajar con el hierro y pidió la cuenta. «Xa tiña algo pensado de ir a Suíza, e aínda fun cortar madeira», repasa.
Regresó a casa por Navidad, pendiente de un contrato en la construcción que no llegó, y acabó en una fábrica de cartonaje con un sobrino: «Alí botei 15 anos, ata o 79, cando volvemos definitivamente». A los tres o cuatro años de emigrar le siguió Mercedes, que se empleó en el restaurante de la estación. En As Pontes nunca dejó de trabajar en la huerta —«chegamos a ter trinta cabras e ovellas»—, apunta su mujer, primero ayudándoles a ella y a su suegra, en O Almigonde, y después en la casa nueva que construyeron en Saa, «que acabou collendo Endesa [para la mina]», y en la pequeña que heredó Mercedes de sus tíos.
Allí se dirigía en su vespino Torrot cuando lo alcanzó un camión de obra. Tenía 86 años y pasó 19 días en la UCI del entonces Hospital Juan Canalejo, en A Coruña: «Aínda me doe unha costela». Con tres operaciones y una úlcera de estómago, que le diagnosticó «don Luís, o médico», en 1963, Guillermo come de casi todo. «Xa non é tan larpeiro coma antes», confiesa Mercedes, y él muestra las galletas de barquillo y las nueces que guarda junto al sofá. «Eu non fago nada, estou servido de todo», reconoce Guillermo girándose hacia su mujer, que le mira con ternura.
LA VOZ DE GALICIA
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