La Comisión Europea ha declarado la guerra a los microplásticos de una vez por todas. Una de las medidas más inmediatas y llamativas ha sido la reciente prohibición de la purpurina. Sin embargo, haciendo honor a este producto, el aspecto que más ha brillado de esta nueva política comunitaria es insignificante y superficial. El verdadero melón por abrir está en el deporte: según los estudios, la mayor fuente de liberación de microplásticos añadidos intencionadamente son los campos de césped artificial y no quedarán indemnes. En el mismo reglamento que eliminaba la purpurina de nuestras vidas hace tan solo unos días, Europa da un plazo de ocho años para acabar con este tipo de superficies.

Por muy lejana que parezca la fecha, las dimensiones del problema asustan, porque solo en España hay más de 10.000 campos de fútbol y cada año se construyen o se renuevan unos 400. Aunque en el deporte profesional predomina la hierba natural, las superficies artificiales soportan a diario miles de entrenamientos y partidos de fútbol, rugby, hockey o pádel, entre otros deportes. Sin apenas costes de mantenimiento una vez construidas estas instalaciones, a día de hoy resulta impensable mantener las categorías inferiores y la práctica amateur sin ellas. Sin embargo, ese es el horizonte que dibuja la Comisión Europea: no solo habrá que dejar de construirlas, sino que tenemos ocho años para desmontar todas las existentes. ¿Adiós a las actividades deportivas de millones de niños y mayores para la década de 2030?

¿De qué están compuestos los flamantes campos de hierba artificial que cuesta distinguir de los naturales? El césped verde que vemos en la superficie, siempre impoluto frente a las imperfecciones e irregularidades del auténtico, está hecho de polietileno (fibra) y se apoya en una base de poliuretano o látex. Debajo, además de una gran cantidad de arena, se oculta un granulado procedente de neumáticos reciclados, que ofrece una gran amortiguación. Ese relleno de caucho, que también se utiliza para otros elementos urbanos, como los parques infantiles, es el que está en el punto de mira como gran emisor de partículas.

En la Universidad de Castilla-La Mancha, el grupo de investigación IGOID se dedica a realizar ensayos y evaluaciones de superficies deportivas, desde campos de rugby a canchas de baloncesto. Este equipo de expertos acaba de iniciar el proyecto europeo más importante que se ha concedido hasta ahora en este ámbito: Circular and safe solution for synthetic turf pitches (LIFET4C). Su objetivo es buscar el sustituto ideal al caucho en las instalaciones deportivas que utilizan hierba artificial. Científicos, empresas e incluso la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) están implicados en esta iniciativa que, entre otras cosas, se propone construir un prototipo de campo experimental para probar algunas de las posibles soluciones.

«En esto hay miles de millones de euros en juego», afirma Leonor Gallardo Guerrero, catedrática en Educación Física y Deportiva y responsable de este proyecto, en declaraciones a El Confidencial. «La purpurina de los campos de fútbol», como ella llama a esta situación, «va a suponer un gran problema para la industria» porque, de momento, no hay alternativas convincentes. Más allá de las federaciones deportivas y de los expertos, la cuestión aún no parece preocupar a nadie, pero no tardará en estallar y «mucha gente se va llevar un susto», no solo por la necesidad de transformar las superficies deportivas, sino al ser conscientes de lo dañinos que pueden ser los materiales con las que están hechas.

De hecho, si la Unión Europea se ha metido en este lío, no es por capricho. Desde el punto de vista medioambiental y de la salud humana, la decisión parece ofrecer pocas dudas. Un estudio publicado en 2022 en la revista Environment International y realizado en los Países Bajos detectó microplásticos en la sangre del 80% de las personas analizadas. La Universidad de Santiago de Compostela también analiza esta cuestión dentro de una línea de investigación que ya ha dado como fruto varios artículos científicos que muestran su impacto ambiental: el caucho reciclado está contaminando el aire y sobre todo el agua, aunque los niveles están dentro de los permitidos en las muestras analizadas.

No obstante, José Vicente de Lucio Fernández, profesor de ciencias ambientales en la Universidad de Alcalá (Madrid), afirma que el problema es grave. «En estos campos de fútbol hay hasta 17 hidrocarburos volátiles que pueden causar problemas de toxicidad neuronal y alteraciones hormonales que actúan sobre el sistema metabólico», apunta, citando investigaciones recientes. «Así que yo les preguntaría a los futbolistas si quieren jugar ahí; y a los padres y madres si quieren que sus hijos lo hagan». De hecho, en opinión de este ecólogo, el problema de los parques infantiles puede ser aún más preocupante. En otros usos, como la construcción, es mucho menos probable que los residuos de los neumáticos se emitan al ambiente.

«Los microplásticos son un residuo que no es biodegradable, se están quedando en el medio ambiente y los ingerimos a través de la cadena alimentaria«, coincide Jorge García Unanue, otro investigador del grupo IGOID de la Universidad de Castilla-La Mancha. La Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA), a través de diferentes estudios, ha detectado que «los campos de césped artificial son, con mucha diferencia, el mayor emisor de microplásticos», destaca. En el conjunto del planeta, se estima que pueden estar produciendo 16.000 toneladas anuales, mientras que otros desechos industriales y agrícolas, como los fertilizantes, son responsables de 10.000 toneladas.

¿Qué soluciones se están probando?

Ante esta situación, es más que urgente buscar materiales alternativos. «Tienen que ser de más de cinco milímetros [la medida por debajo de la cual un elemento plástico se considera microplástico] y completamente sostenibles, al menos de origen reciclado y, a su vez, reciclables, que no se puedan emitir al medio ambiente y se pueda controlar su uso», apunta García Unanue. En San Pedro del Pinatar (Murcia), se está probando un material procedente de plástico de invernadero reciclado al que se le da un tratamiento de forma que «imita el relleno anterior». La idea es que las propiedades de los campos de hierba artificial actuales se mantengan, pero no es fácil conseguir resultados óptimos.

Una opción más radical es eliminar el relleno, para lo cual hay que aumentar la cantidad de plástico vinculado a la fibra. «A priori es una solución para no usar caucho, pero hay que entender que también es un problema medioambiental, sobre todo cuando se retire, porque es muy complicado reciclarla», apunta el experto. Una solución intermedia es mantener el relleno, pero que este sea de origen natural. Algunos se han fijado en el corcho y, de hecho, ya hay campos construidos con este material, pero está lejos de dar un buen rendimiento: «Flota y es difícil de mantener», advierte el investigador de la Universidad de Castilla-La Mancha. «Podría ser una alternativa, pero es muy difícil de escalar, valdría para uno de cada 100 campos» porque no hay una producción suficiente. Algo parecido sucede con ideas como la madera triturada o los huesos de aceituna. Sea cual sea la solución final, los próximos años van a ser de vértigo en la industria del césped artificial. Sus departamentos de I+D+i van a echar humo. «Me inclino por la combinación de materiales naturales y sintéticos o bioplásticos», apunta García Unanue.

La patata caliente también va a estar en manos de los ayuntamientos, que deberán ajustarse a la nueva normativa y optar por alguna de estas alternativas sin saber muy bien a qué atenerse. La inversión puede ser muy cuantiosa. Según los expertos del grupo de investigación IGOID, solo eliminar el caucho de cada campo antiguo puede suponer un coste de 30.000 euros y, además, después hay que decidir qué se debe hacer con estos residuos. «No se debe llevar a vertedero, pero este asunto aún hay que estudiarlo en profundidad». Probablemente la mejor solución es integrarlo en materiales de construcción, especialmente en carreteras.

¿Y si es peor el remedio?

Ante este panorama, el sector del reciclaje de neumáticos advierte de que el remedio puede ser peor que la enfermedad. Desde mucho antes de que la Comisión Europea tomase la decisión de acabar con los campos de fútbol de caucho, organizaciones como la Confederación Europea de Industrias del Reciclaje (EuRIC), la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje (FER) y el Sistema Colectivo de Gestión de Neumáticos Fuera de Uso (Signus) ya se pronunciaban contra esta posibilidad. Según explican, con la desaparición de los campos de césped artificial, va a ser muy difícil darle salida a los 150 millones de ruedas que se reciclan cada año en el continente, porque ese es uno de sus principales destinos finales.

EL CONFIDENCIAL