China ha intensificado enormemente su producción de carbón en el último año pese a los compromisos alcanzados en el año 2014, junto con Estados Unidos, para reducir las emisiones de CO2 en los años venideros y avanzar hacia un horizonte de descarbonización en la economía. En el último año, el gigante asiático ha más que duplicado la construcción de capacidad eléctrica de carbón con respecto al año 2021.

Las olas de calor acaecidas en el último año sobre China y el consecuente aumento en el uso de aparatos de aire acondicionado han incrementado considerablemente el consumo de energía entre la población china. Esto ha hecho no sólo que la retirada de las centrales más desfasadas se haya ralentizado, sino que ha provocado la construcción de nuevas centrales con el fin de garantizar el suministro. Este aumento de la capacidad eléctrica de carbón se ha concentrado en las regiones de Guangdong, Jiangsu, Anhui, Zhejiang y Hubei.

Esto lo podemos saber gracias a un reciente informe del CREA (Centre for Research on Energy and Clear Air), donde se muestra como en el año 2022 se dieron «luz verde» a distintos proyectos de energía de carbón con una capacidad de 106 GW, esto es prácticamente lo mismo que decir que se han puesto en funcionamiento dos grandes centrales eléctricas de carbón por semana. Se sabe que el número de unidades autorizadas ha sido de 168 centrales en 82 emplazamientos distintos. Para hacerse una idea de la magnitud de todo esto, 106 GW equivale aproximadamente al 71% de toda la capacidad de Europa (Reino Unido incluido) para producir carbón en un año, siendo la capacidad europea de en torno a los 148 GW. Esto se ha de sumar al hecho de que China lleva desde el año 2016 incrementando sus emisiones de CO2 de forma constante, así lo vemos:

22.png
En el año 2021 China fue la responsable del 31% de las emisiones totales de CO2 en todo el mundo.

Mientras que las grandes economías mundiales como Estados Unidos, la Unión Europea o Reino Unido ya han avanzado en su camino por descarbonizar sus economías, China no sólo no aborda esta cuestión, sino que invierte cada vez más recursos en crear nuevas centrales de carbón. En el año 2022, China se convirtió en el acaparador mundial de casi todos los nuevos proyectos para abrir centrales eléctricas de carbón, concedió la práctica totalidad de todos los permisos mundiales para la puesta en marcha de nuevos proyectos, también reanudó o empezó la construcción de la inmensa mayoría de centrales, y se quedó sólo en la no retirada de centrales. El siguiente gráfico así lo ilustra:

1.png

Esta situación echa por tierra cualquier intento del resto del mundo por reducir las emisiones globales de CO2, pues poco margen de maniobra puede tener una región como la Unión Europea cuando únicamente supuso el 8,5% de todas las emisiones globales en el año 2021. Por tanto, si la Unión Europea tiene poco que decir ante un gigante del tamaño de China, es obvio que mucha menos capacidad de influencia en el resultado final de estas emisiones tendrá un país como España, donde estas supusieron el 0,62% del total de emisiones mundiales en el año 2021. Esto podría llevar a que se replantearan las medidas y planes que se han venido implantando (y siguen haciéndolo) en España y en Europa en los últimos años, en detrimento de la calidad de vida.

Mientras China no tiene ningún problema en recurrir a fuentes como el carbón para satisfacer su demanda de energía, en la Unión Europea se prohíbe la venta de coches de gasolina y diésel nuevos a partir del año 2035, se prohíbe la venta de pajitas, platos y cubiertos de plástico, se crean nuevos impuestos sobre los residuos o los envases de plástico en España, continua creciendo el precio de los derechos de emisión de CO2 año tras año (incrementando así la factura de la luz o el precio de los carburantes), se alcanzan acuerdos provisionales para dificultar la exportación e importación de productos como la carne, el café o el cacao con el objetivo de «minimizar el riesgo de deforestación y degradación forestal», etc.

Ante todo lo que se ha expuesto, cabe preguntarse lo siguiente: ¿merece la pena este sacrificio de bienestar cuando, en realidad, no está teniendo prácticamente ningún impacto a nivel global? Queda a juicio del lector responder de una u otra forma a esta cuestión, lo que está claro es que todo este esfuerzo recae de manera más drástica en las personas de rentas medias y bajas, que son la inmensa mayoría de la población y aquellos a los que más gravemente afectan este tipo de medidas, pues no tienen tanta capacidad de maniobrar en cuanto a compras de automóviles, facturas de la luz o alimentación.

Es razonable pensar que todas estas medidas, más que implicar un salto cualitativo en el bienestar ciudadano, supongan más bien una caída en su bienestar.

www.libremercado.com