Febrero de 2024. Me acababan de confirmar que el ciervo que cacé en 2022 había obtenido la mayor puntuación en finca abierta en España en ese año. Fue una gran satisfacción, pero por contra me hizo perder el interés en repetir esta cacería, pues resultaba casi imposible superarla.
Sin embargo, y a pesar del decepcionante resultado tras los corzos en 2023, sentía la necesidad de seguir recechando y vivir nuevas aventuras.
Aparcada la idea de cazar un macho montés en la Sierra de Gredos, otra de mis ilusiones desde niño, debido a los precios exageradamente altos que alcanzan en los últimos años, me quedaba como alternativa, la caza de un rebeco, el rey de las cumbres. Pero tenía dos hándicaps que creía insalvables; en primer lugar, el precio también muy elevado para ser un animal del tamaño de un corzo y con trofeo menos lucido. Y, en segundo lugar, que no me creía capaz físicamente para completar un día de cacería de alta montaña.
Pero de nuevo la diosa Diana se acordó de mí, y con la ayuda de San Huberto y la indispensable intercesión de un compañero cazador de As Pontes (que Dios le abra las puertas del cielo cuando sea el momento), me surgió la oportunidad de cazar un rebeco cantábrico, a un precio razonable y con unas condiciones inmejorables.
Consciente de que no iba a tener muchas oportunidades como esta y a pesar de que no estaba en buena forma física, aproveché la ocasión y contraté la cacería, una vez que el guía me aseguró que si no daba subido a la montaña tendríamos tiempo de regresar sin mayor problema, y una vez también, confirmado que mi seguro cubriría el rescate en helicóptero en caso de accidente.
Tenía por delante un par de meses hasta el mes de mayo, cuando se abre la veda del rebeco en Castilla y León, para ponerme en forma. Y así lo hice. Después de un duro entrenamiento, combinado con una dieta adecuada, conseguí una forma física que no tenía desde hacía 20 años.
Mediado el mes de abril pusimos fecha para el rececho. Reservamos dos días, miércoles y jueves de mediados de mayo. Mejor entre semana, me había dicho el guía, porque el fin de semana hay muchos senderistas y pueden mover a los rebecos, interferir en un acercamiento, etc…
Preparé concienzudamente el viaje para no olvidarme de llevar todo lo imprescindible, lo necesario y algo más “por si acaso”, prestando mucho interés en el peso de cada artículo que llevaba. Nada debería de salir mal.
El guía insistió en buscarme alojamiento. Reservó en un hostal cercano al punto de encuentro. Por el aspecto que pude ver en Google unos días antes, parecía un cutre hostal de carretera que recordaba a la película Airbag, pero que resultó estar bastante bien.
Por fin llegó el día.
Lleno de emoción y algo nervioso, salí el martes después de comer de As Pontes, rumbo al norte de León. Fui por Asturias. Pasando Oviedo ya empecé a ver las montañas que de lo altas que son parece que se comen la carretera (y tanto que es así, que unos meses después un desprendimiento inutilizó los cuatro carriles de la autovía a la altura de Pola de Lena). Empecé a emocionarme aún más, a sabiendas de que allí arriba estaba mi destino. Salí de la AP66 y atravesé el puerto de Pajares imaginándome que por aquellos riscos que divisaba ya tenía que haber rebecos.
Llegué al hostal, me dieron llave de la habitación y subí todo el equipaje. La habitación era grande, limpia y cómoda, salvo la almohada que, como de costumbre, no era del todo de mi agrado.
Bajé a cenar. No había nadie en el comedor. En el bar se veía gente del pueblo y algo tarde llegaron tres montañeros que se hospedaban también en el hostal. El volumen alto de la televisión mitigaba la desagradable sensación de comer solo en un restaurante.
Pedí menestra de primero y un rico bistec de segundo. Necesitaba acumular proteínas para poder subir la montaña al día siguiente.
Poco dormí esa noche como era de esperar. No solo por la almohada sino por los nervios propios de la víspera de una gran cacería.
Tenía puesto del despertador a las 6:00 h pero a las 5:50 h decidí dejar de dar vueltas en cama y me levanté. Me duché para desentumecer los músculos, desayuné lo que pude en la habitación pues el bar del hostal abría más tarde. Protocolariamente, cual torero vistiéndose de luces antes de salir a la plaza, me fui poniendo mi traje de camuflaje y metiendo en la mochila todo lo necesario.
Llegué cinco minutos antes al punto de encuentro. Empezaba a amanecer, no había prácticamente viento, la temperatura era baja, pero se estaba bien. Parecía que había llovido algo de noche y se divisaba un poco de bruma en las cimas.
Puntual llegó el guía en su 4×4. Después de una breve presentación y comprobar la documentación, subí mi equipo a su coche y salimos por un camino forestal hasta un punto más elevado desde donde tendríamos que seguir andando.
En los días previos, me había dicho el guía que el terreno era de brezo bajo. Me imaginaba que sería como los montes que conozco, con pequeños senderos de animales o por lo menos sitio donde poner el pie. Pero nada más aparcar echó la mano a unos brezos de la orilla del camino y me preguntó si había traído traje de lluvias a lo que le respondí algo extrañado que no contaba con ello.
Me dijo que teníamos que subir por allí, campo a través. Yo veía toda una ladera repleta de brezos de un metro de altura donde apenas se divisaban entre ellos las puntas de algunas rocas.
Me ofreció un pantalón de plástico que tenía en el coche y me vino muy bien, sobre todo en los primeros metros.
Enseguida entré en calor. El guía, muy atento, paraba cada poco y me preguntaba que tal iba. De momento no acusaba la subida salvo por el engorro de ir aplastando los brezos para poder pasar.
Un buen rato más arriba, llegamos a una zona donde los brezos ya eran más bajos. Allí nos quitamos la ropa de agua, y lo agradecí, pues al ir más ligero y transpirar más la ropa, caminaba mejor. Habíamos llegado a la zona donde ya se podían empezar a ver rebecos por lo que teníamos que tener precaución de hablar en voz baja y no hacer mucho ruido. Los rebecos no solo ven muy bien a largas distancias, sino que, al mínimo ruido, especialmente si no es natural como los producidos por metal o plástico, ya se ponen en alerta.
Unos metros más arriba asomamos a una pequeña llanura donde según el guía, los había visto pastar en alguna ocasión.
Al decirme que ya entrábamos en zona rebequera, me dio un subidón y se me pasó enseguida el cansancio del primer tramo de subida.
No sé hasta qué punto son conscientes los guías de los recechos del ánimo que da al recechista oír que en la zona que vamos a cazar se han visto recientemente muchos animales, uno muy grande, etc… ni hasta qué punto son ciertos estos comentarios. En todo caso yo me los creo de buena gana porque me hacen vivir el rececho con más pasión si cabe.
Todavía no se había levantado la niebla y con mucho cuidado íbamos avanzando y mirando con prismáticos por si veíamos alguno.
No hubo suerte, pero en unos 10 minutos que estuvimos por allí, abrió el día y ya podíamos ver a larga distancia.
De vez en cuando hacíamos barridos con los prismáticos, viendo varios corzos a lo lejos pero ningún rebeco ni lobo, animal este último que según el guía abunda en la zona.
Seguimos subiendo. Ya con algo de sol y con brezo, esta vez sí, bajo de verdad, entre el que había hierba donde poner los pies. Me llamó mucho la atención lo blando que era el suelo, parecía que pisaba una alfombra, era comodísimo, eso sí, siempre cuesta arriba.
Un poco más adelante, muy sigilosamente hicimos una asomada a un pedregal a mano izquierda sin obtener resultado. En ese punto fue donde me di cuenta de la importancia de no hacer ruidos extraños. Unos minutos antes había empezado a usar los dos bastones que llevaba, no tanto por necesidad, sino por precaución para no sobrecargar en exceso las rodillas, y al coger los prismáticos, un bastón tocó al otro sonando un pequeño chasquido pero que parecía resonar en la ladera de la montaña en un momento de silencio absoluto. El guía me advirtió y decidí guardar los bastones en la mochila.
Reiniciamos la subida y pronto llegamos a la cima de la montaña, a 2020 m de altitud. Las vistas de 360º que desde allí se disfrutan, sobra decir que son espectaculares, especialmente en un día soleado como el que nos tocó. Me sorprendió la paz y tranquilidad que se respiraba allí arriba. Sin viento no había ningún tipo de ruido. Entendí por qué los rebecos pueden detectar enseguida cualquier anomalía que amenaza su paz.
Eran ya sobre las 11 h. Llevábamos algo más de tres horas de ascenso. Estaba sorprendido por mi estado físico ya que mi cuerpo estaba soportando sin ningún problema el esfuerzo realizado.
Descansamos un poco, hicimos nuevos barridos con los prismáticos y después de unas fotos chulas, retomamos de nuevo la marcha hacia otro pedregal que nos traería una grata sorpresa.
Iniciamos el recorrido por el cordal de la cumbre, con la intención de recorrerlo todo antes de las 14 h, hora a la que deberíamos de regresar al coche para que no se nos echase la noche encima, y haciendo asomadas a uno y otro lado en busca de alguna cabrada.
El guía decidió hacer una primera asomada al pedregal que acabábamos de divisar también a nuestro margen izquierdo, orientado al Este y por tanto iluminado por los primeros rayos de sol de aquella bonita mañana de primavera.
Al instante, prismáticos en mano, me hizo un gesto con la mano indicándome que había visto algo.
Instintivamente me agaché al tiempo que me quitaba la mochila de la espalda para coger el rifle.
El guía me había dicho que si veíamos algún rebeco debería de tener calma, porque tendríamos tiempo suficiente para observarlo, cargar el rifle y prepararnos para el disparo. Y así fue.
Me acerqué a la posición del guía ya con los prismáticos en la mano. Me dijo en voz muy baja que había uno pero que le parecía que no tenía gran trofeo.
- Míralo tú, está allí tumbado a la derecha del arbusto, me dijo.
Tardé un instante en localizarlo entre las piedras. Se le veía algo flaco, pero no acababa de poder verle bien la cornamenta.
El guía volvió a decirme que no era gran cosa pero que podía tirarle.
Siendo ya las 11 h, sabiendo que, aunque me quedase con este podría volver en otoño por otro mejor y con las ganas que tenía de cazar mi primer rebeco, me dispuse a tirar.
El guía me colocó la mochila mientras yo pasé por detrás de él arrastrándome sobre la vegetación para no ser visto.
Puse la mochila encima de unos brezos que casi lindaban con el corte del barranco, pero no daba la altura suficiente para hacer un disparo limpio por lo que tuve que ajustar mi posición. Al final lo conseguí, aunque no era muy cómoda ya que estaba inclinado hacia abajo y tenía que tirar con la espalda muy arqueada.
El telémetro me indicaba una distancia de 200 metros con ángulo compensado. Tenía puesto el rifle a cero justo ahí, por lo que debería de apuntar directamente a la cruz del animal. Había practicado mucho y tenía plena confianza en mí, aspectos fundamentales para conseguir precisión en tiros largos.
Nos tomamos un tiempo para que el animal se levantase. Yo no aguantaba más en esa posición arqueada, así que desencaré el rifle y le dije al guía que me diese un toque en la pierna en cuanto se moviese, y así poder descansar mi postura.
Nada más decírselo me avisó. Volví a mirar por el visor y no era capaz de verlo. Me indicó que estaba un par de metros a la derecha de donde estaba al principio y después de hacer un pequeño barrido con el visor, lo encontré. Caminaba lentamente, como cualquier animal que se acaba de levantar después de estar mucho tiempo tumbado. Yo lo seguía con la cruz del visor en la paletilla, hasta que por un instante se detuvo, parecía que le llamaba la atención algo que había montaña abajo, momento en el que aproveché para apretar el gatillo.
Con el disparo apenas desencaré el rifle y pude ver cómo caía en el mismo sitio.
Mientras me aseguraba por el visor de que no se levantaba, el guía me gritó:
- Hay otro! Hay otro! A la izquierda!
Rápidamente lo vi e instintivamente me giré para apuntarlo con el rifle y verlo por el visor.
- Tírale que es bueno! Es un rebeco bueno, tírale! Decía el guía.
Acerrojé el rifle al tiempo que me giraba. En un momento que se paró apreté el gatillo, pero por algún motivo no salió la bala, por lo que tengo dudas si acerrojé bien o no. Por segunda vez lo hice bien, seguí al rebeco con la cruz del visor, cada vez más torcido y en una posición más incómoda. En un momento volvió a pararse, probablemente intentando localizar donde estaba la amenaza. Pensaba que estaría ya a mucho más de 200 m., aunque posteriormente pude comprobar que rondaría los 210 m. Apunté ligeramente alto y disparé, con la fortuna que tampoco desencaré mucho el visor y pude ver cómo la bala había dado en el blanco y el rebeco, después de dar un par de vueltas, caía muerto a unos cinco metros ladera abajo.
En un primer instante, no me lo creía, y le pregunté al guía si le había dado. Era un tiro muy difícil.
Después de compartir las felicitaciones y el emocionado abrazo de rigor, bajamos prestos a ver el segundo rebeco, pues el camino era más fácil y como dije, era mejor trofeo que el primero.
Después de bajar por la ladera con pendiente muy pronunciada, llegamos al rebeco. Era un precioso macho con cuerna gruesa, aunque ligeramente corta y poca envergadura. El tiro había impactado un poco alto estropeando los lomos.
El primer rebeco abatido resultó ser una hembra, efectivamente con escaso trofeo. Fue ahí cuando vi la necesidad de llevar un telescopio terrestre o un visor con más aumentos.
Nos hicimos las fotos de rigor, seleccionamos algo de carne y comenzamos de nuevo la subida para regresar al coche.
Creo que nunca había subido por una pendiente tan pronunciada. Por momentos parecía que mantenía la vertical y casi no daba doblado las rodillas para dar el siguiente paso….
Poco a poco, agarrándonos en ocasiones a los brezos, conseguimos llegar de nuevo a la cima. Nos tomamos un pequeño respiro disfrutando por última vez de las hermosas vistas que desde allí se divisaban e iniciamos el camino de vuelta a casa.
Hicimos el recorrido casi de un tirón. A mí ya me empezaban a doler algo las rodillas, pero la emoción que llevaba encima me ayudaba a llevarlo bien.
Llegando al coche nos dimos cuenta que había un sendero por el que pudimos haber subido evitando el palizón que nos dimos pisando brezos, y bajamos por él.
De regreso al hostal sobre las 13:30 h y sintiéndome con fuerzas, decidí regresar ese mismo día a casa. Así que previa ducha y dejadas pagadas las dos noches que había contratado, partí hacia el restaurante, donde había quedado con el guía para invitarlo a comer y donde por primera vez en dos meses me tomé una cerveza que me supo a gloria.
Es difícil describir cómo me sentía en el viaje de vuelta. Una mezcla de sensaciones por haber cumplido un sueño que creía inalcanzable. Más que en coche, sentía que venía volando entre las nubes; satisfecho, orgulloso, pleno, y sobre todo con ganas de volver en el otoño.
Y volví!
Continuará…
P.D.: Con la valoración que hizo el taxidermista por el método del Safari Club Internacional, el rebeco grande obtuvo 46 puntos, medalla de bronce, por tanto. Por el sistema CIC, que sigue la Junta Nacional de Homologación de Trofeos de Caza, calculo que se quedaría en unos 66 frente a los 78 que se necesitan para medalla.
J.A.L.S.
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